No me gustan los piropos
"Lo importante es ser reconocida por lo que haces, no por lo que otros quieren de ti."- Rosalind Franklin, química y cristalógrafa británica.
No me gusta que me digan piropos.
Seguro que has escuchado, si no participado, alguna vez en alguna conversación que tiende a la queja porque a las mujeres no les gustan los piropos.
Conversaciones de esas donde siempre se tiende a decir que nos estamos volviendo todos tontos, que cada vez hay más prohibiciones que nunca, que ya no se puede decir nada, etc, etc, etc.
Especialmente, en algunas zonas de España, que el piropo forma parte de la culturilla general de la gente.
Entonces…”¿Cómo estas locas feministas osan querer acabar con los piropos?” suelen decir…
Desde mi punto de vista, y a modo personal, no me gustan los piropos.
Me molestan soberanamente y me parecen cargantes y pesados.
Pero lejos de que empiece a caérsete el mundo encima, déjame que te explique.
Me molestan los piropos.
Piropos hay de muchas formas.
Y me molestan todos.
Desde ”Ole, guapa” hasta “si fueses mi madre, mi padre dormía en el descansillo”.
Desde “Vete por la sombra que los bombones se derriten con el sol” hasta “Si me miras, se me fríen los huevos”.
Todos ellos, igual de molestos.
Hay gente que piensa que solo las burradas son molestas, y que a las mujeres nos encanta que nos digan que somos guapas. Quizás debiera ser como un regalo, pero a mí me cae como una jarra de agua fría.
En un mundo donde la guapa tiene atención y la fea está aparcada en una esquina, podría decirse que piensen de ti que eres guapa es algo bueno.
Pero no lo es cuando socialmente lo único que se valora de ti es el aspecto.
Habiendo crecido de niña como la fea en una esquina, habiéndome convertido después en la guapa, para serte honesta, si algo es real es que “La suerte de la fea, la guapa la desea”.
Ser guapa no te hace ser más valorada, escuchada o respetada.
Te hace tener que lidiar con más impresentables que solo quieren… Lo que quieren.
Pero en general, lo que realmente me molesta es que solo te den valor en función de tu aspecto y no en función de tu coco. De tu personalidad, de tu mentalidad, de lo que eres capaz de hacer o crear.
En varios entornos, cuando se valora tu aspecto, no se espera nada más de ti.
Y al final, más que un aspecto, somos un cerebro y un corazón. Una persona que mea, que grita, que llora, que ríe, que crea, que ama o que siente dolor.
Cuando era niña me hicieron bullying muchos años, y pasé de que me llamaran gorda a que me llamaran guapa.
El caso es que hasta mis 25 años aprox., los únicos feedback que recibía de los demás eran de mi aspecto, y yo no sabía ya si era de las feas o de las guapas. Sentía que solo eso se valoraba de mí, que solo a través de mi aspecto podía ser querida, respetada o tenida en cuenta.
Pasé por una anorexia.
No se mencionaba el resto de cosas que soy, y yo no sabía si se veían, si eran suficientes, o qué pasaba.
¿Era inteligente o tonta?, ¿Introvertida, extrovertida?, ¿Perspicaz, tal vez?, ¿Cabezota?
Algunas personas me llamaban gorda, otras, tía buena. Yo solo tenía un lío enorme. ¿Merecía ser querida o no? ¿Merecía mostrarme porque me escucharían, o mejor esconderme para evitar que me ignorasen?
¿Tenía sentido que coquetease con chicos o mejor no hacerlo? ¿Podía ponerme una minifalda?
¿Espanzurrarme a gusto en la piscina?
Hasta que con trabajo, cuestionamiento y algunos libros de apoyo y psicología, aprendí a tener mi propia idea de la belleza. Mi propio criterio. Mi propio principio.
Pero volviendo a los piropos, los piropos no neutralizaron el daño de los insultos. Más bien, siguieron hurgando en la herida.
Seguía siendo valorada por mi aspecto, pero no por quién soy como ser humano, y eso me hacía un daño atroz.
Simplemente, lo único que quería es que en referencia a mí no se mencionase mi aspecto físico. Que diese igual, que se viera todo lo demás que era y se me valorasen u odiasen por ello.
Personalmente, creo que la presión fue brutal durante años.
La presión de la belleza y la estética es la realidad de las mujeres a fin de cuentas.
Y ese es el problema de los piropos. Que hacen un daño atroz cuando solo valoras la carcasa de una persona. No para todo el mundo ser guapa es algo importante, sino más bien circunstancial.
Evidentemente, me gusta que si salgo con un chico, piense que soy guapa, y me diga que me ve guapa. Me gusta verme guapa para mí, me gusta arreglarme. Es cuestión de autocuidado y hobby. De jugar con la ropa y el maquillaje.
Pero me es completamente indiferente la opinión de personas que no conozco. O la opinión constante de personas cercanas.
Y no hablemos de las miradas.
Todas hemos pasado por delante de unas obras y no hace falta que abran la boca.
La mirada lasciva te llega hasta el tuétano.
Quizás para los obreros, u otras personas de otros lugares [autobuses, metro, etc.] piensen que están siendo seductores. La realidad es que están siendo francamente molestos.
Leía en el libro de la psicóloga Alba Cardalda sobre los límites.
Seguro que has oído hablar sobre poner límites, o que debemos respetar los límites.
Alba mencionaba los límites sexuales.
Para algunas personas la sexualidad es algo privado. No un lugar donde un extraño crea que puede entrar o generar una situación sin consentimiento previo.
Eso lo hace molesto y una falta de respeto a los límites sexuales de una persona.
Por descontado, habrá personas a las que les encantará.
Eso solo lo sabes cuánto te molestas en preguntar o indagar si sí o si no.
A mí, personalmente, con extraños no.
La sexualidad es una puerta que solo abro a personas de confianza.
No es para los demás.
Que un obrero, o extraño en el metro, me mire de manera lasciva, me molesta.
Que varios tipos juntos me miren de arriba a abajo cuando paso por la calle me intimida, molesta y cabrea a partes iguales.
No les conozco, no sé si estoy a salvo con ellos o no, no sé si me caen bien o no, pero de entrada me plantean una situación que yo no he elegido y sin preguntarme.
Si eso no es saltarse mis límites territoriales, de andar tranquila por la calle y de seguridad que alguien me lo explique.
Que me manden una fotop0iia por el móvil, o me llamen con videollamadas y sea un tipo haciéndose una p4j4, es ponerme en situaciones de sexualidad que no he elegido y sin preguntarme.
[Aunque a veces sí lo elijo, y cuando es elegido me gusta. Pero cuando no lo elijo o no hay una confianza de intimidad sexual conmigo, no me gusta. No he abierto esa puerta para ellos]
Que me piten con el coche me molesta.
No me apetece saber su opinión sobre mi aspecto ni que todo el mundo me mire.
Pararse a escuchar la voluntad de las mujeres y respetarla [pero empecemos por el paso uno, escucharla, que ya ahí vamos mal] no es habitual en esta sociedad patriarcal.
Y eso solo significa un constante traspaso en la barrera de nuestros límites.
Y por ende, un constante abuso.
Que encima parece que nos tiene que parecer bien o si no somos unas tiesas, raras o amargadas.
Podría mencionar en este email ese tema de que algunos chicos se creen que nos vestimos para ellos.
Que nos ponemos como nos ponemos para que ellos nos miren.
¡Ojo! que habrá chicas que sí, que les encante ser miradas y se vistan para provocar a los hombres.
Pero también hay chicas que no.
Que se visten como se visten para sí mismas.
Que les gusta verse guapas o sexys para sí mismas.
Porque te hace sentir bien, te ves bien en el espejo, te deseas a ti misma, y cuando te ves bien y te gustas, te mejora el ánimo.
Porque es una manera de jugar con la ropa, con los estilos, los tejidos, es una manera de expresarte.
No, lo siento, no todo gira alrededor de los hombres en la vida de una mujer.
Ni siquiera cuando se ponen un vestido escotado y maquillaje.
Siento esta ducha de realidad para los chicos que pasen por aquí y todavía no supieran esto.
Si hasta la mismísima Rosalind Franklin dijo que lo importante es lo que haces, no lo que quieren de ti, es evidente que, cuando solo valoran la belleza, la sexualización, lo que eres en la carcasa, lo único que esperan o quieren de ti es eso.
Conclusión: no me gustan los piropos.
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“Realmente no hace falta mucho para ser considerada una mujer difícil. Por eso hay tantas”.
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