Una mirada desde otro prisma
"Culpar a las víctimas no solo perpetúa la injusticia, sino que les niega la dignidad y el respeto que merecen. Debemos cambiar nuestra mirada hacia la empatía y la acción."- Michelle Bachelet
Michelle Bachelet, ex presidenta de Chile y Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos.
Seguro que te suena el caso de Juana Rivas.
Un juicio de esos que se alaaaaaaargan con los años.
Juana fue una mujer denunciada por su marido por secuestrar a sus hijos, llevárselos y quitárselos.
Fue encarcelada por ello mismo, a pesar de que ella alegó que se fue por malos tratos, habiendo idas y venidas previas en el matrimonio y denuncias de maltrato por medio.
Como los hijos eran menores, no podían testificar. Ahora que uno de ellos ha cumplido la mayoría de edad, ha hablado y ya tenemos dos versiones sobre malos tratos por parte del marido, o padre.
Recuerdo que este caso hace años fue uno de esos casos como el de la manada.
De esos en los que hay opiniones para todos los gustos.
O para todos los disgustos.
Personas que decían de Juana que era la típica mujer que manipulaba al marido y le quitaba los hijos para hacerle daño.
Igual que decían de la chica de la manada que ella quería cepillarse a 5 y luego denunció falsamente.
Aclaro, es muy lícito querer tener relaciones sexuales con 5 personas a la vez. Se llama orgía y no es ningún secreto que muchas personas lo hacen.
La diferencia está en que no suele salir la gente denunciando de allí. Se supone que son relaciones consentidas entre adultos responsables.
Y para serte honesta, voy a resaltar el tema de adultos responsables porque tengo amigas que participan en ellas y en ningún momento han vivido momentos incómodos. Madrid tiene varios lugares entre discotecas y spas donde hay ese tipo de encuentros.
Pero volviendo al tema, lo cierto es que en el caso de Juana Rivas ya hubo denuncias de abusos, aunque cierto es que ella volvió en varias ocasiones con su maltratador.
En el caso de la manada, el debate mediático trataba sobre si los chicos eran inocentes o violadores, pero el debate judicial era sobre si iban a ir a la cárcel 9 años por abusos o 24 por violación. En ningún caso, la idea de la inocencia estaba sobre la mesa.
No sé tú, pero yo me pregunto de qué forma tienen que ser esos abusos para que un juez crea que tienes que pasar, como poco, 9 años en la cárcel. Nadie va 9 años a la cárcel por tocar el culo o una teta.
Y que quieres que te diga, en el caso de Juana, yo hubiera hecho lo mismo.
Si mi pareja me maltrata, cojo las cosas y me voy.
Es una de esas cosas que siempre pienso cuando veo películas o casos sobre el tema.
Le hablo a la pantalla pensando “coge a tus niños y vete!!”.
Y entonces llega el debate número 2.
Si no se va, la maltrata porque ella se deja. Las mujeres son maltratadas porque ellas lo permiten.
Porque al hombre malo se le ve venir de lejos y al final ellas igualmente eligen salir con él y casarse con él. Ergo, son tan responsables de su maltrato como su maltratador.
Y esto ya son afirmaciones erróneas, con falta de conocimiento, contexto y psicología.
Pero en este mundo hablar y juzgar es fácil. Pensar y cuestionar ya es más complejo y no es para todo el mundo.
Las personas no quieren creer hasta qué punto alguien puede ser perverso o mentiroso. Y lo entiendo. Crea mucha inseguridad. Es más fácil creer que cosas así son más fáciles de evitar.
Las mujeres maltratadas no eligen hombres que saben que son malos y que las van a maltratar. Justamente, eligen hombres que ellas creen que son buenos, o que parecen que sostendrán la familia.
Una cosa que tienes que comprender de los maltratadores, y de las personas malas en general, es que tienen muy justificadas sus acciones y las defienden.
Te contaré mi propia historia.
Cuando tenía 22 años conocí en el gimnasio a un chico que me parecía muy guapo. Timidillo, de los que prefiere estar más tiempo con un colega a lo suyo que con todo el grupo de amigos de fiesta. Parecía que tenía cara de bueno y que era buena gente.
A la salida de los entrenamientos nos quedábamos hablando y poco a poco ese tiempo de charla se fue extendiendo.
Me parecía buen chico. Noté que le gustaba, pero yo en ese momento no estaba con la cabeza muy asentada y prefería no involucrarme por si luego me quería ir y no hacer daño a nadie.
Pero insistió, parecía interesado en mí y al final accedí a abrirme a la experiencia.
La verdad que al principio todo iba de maravilla. Me parecía educado, buen trabajador, inteligente, consciente, capaz de sostener y proveer. Empecé a admirarle y a creer en él.
Pasábamos mucho tiempo juntos y yo le contaba a mis amigas que estaba muy a gusto.
Confiaba en su criterio y en su forma de pensar. A veces, hasta me entraba inseguridad. Pensaba si a lo mejor yo no era tan buena para él.
Y de pronto pum... vinieron los problemas extraños.
Y esa es justo la palabra. Problemas extraños.
Me colgaba el teléfono al llamarle y no daba señales de vida hasta muchas horas después. Pequeños enfados por cosas que no entendía, pero en las que yo había hecho algo mal.
Y este fue el paso número uno. Enfados sin sentido contra mí por cosas que no comprendía.
Intenté igualmente complacerle y pedir disculpas, pero poco a poco esta situación fue in crescendo.
Poquito a poco siendo la culpable de cada uno de sus enfados, la responsable de que no pudiéramos estar bien, y de tener discusiones frecuentes.
De pronto, yo simplemente era un desastre que lo hacía todo mal, y gracias a que él estaba conmigo, porque si no a ver quién me iba a querer.
Teniendo en cuenta qué te lo hace sentir una persona en cuyo criterio confiabas y que se supone que quieres y que te quiere… nivel de autoestima disminuyendo y nivel de culpabilidad aumentando.
El paso número dos, fueron los portazos.
Cruzar la línea por algo de su parte que me ofendía o molestaba, pero cómo osaba yo protestar o malinterpretar sus palabras, con todo lo que había hecho por mí y todo lo que me había aguantado. Entonces, se marchaba aún más molesto y con un portazo.
Venían aquí también las amenazas con dejarme. La retirada de muestras de cariño, los silencios prolongados y retiradas de palabra durante unos días.
Para este entonces mi cabeza ya era un hervidero de dudas y de culpabilidad.
La confianza en mí misma se esfumó y apareció la autoexigencia.
Me esforzaba en querer hacer las cosas bien, para no herirle más, para poder estar tan bien como antes.
Pero lo cierto es que ya estaba en una trampa.
Daba igual cuánto me esforzase, alguna vez había algo medio bien, pero casi todo estaba mal.
Si todo hubiera estado mal, hubiera sido fácil decir “oye mira, si tan mala soy para ti lo dejamos y punto. Que seas feliz con otra, no tiene sentido seguir así”.
Pero eso no ocurre.
Se intercalaban momentos en los que alguna cosa si estaba un poco bien, lo que me mantenía la esperanza de arreglar la situación, de subsanar la culpa y poder estar bien de nuevo.
No fue tan fácil. En aquella época, en plena rebeldía burbujeante, y que, seamos honestos, aun con dudas y con culpa, me revelaba ante cosas que me dolían y no me gustaban. Entonces las peleas se hicieron más grandes.
Con esas peleas vino el dolor emocional profundo, las formas feas de hablar, el enfadarse conduciendo y conducir a todo trapo, y con ello, el miedo.
Alternado con momentos de 3 días bien, semana y media de problemas. Lo justo para ir recibiendo mi dosis de “pareja ideal” por 3 días, pero maltrato de semana y media. La dosis que no dejaba que me fuese y siguiera esforzándome por aumentar esos 3 días a más días.
Pero yo era una chica guapa, joven, que había perdido sus 10kilos y que tras varios años entrenando tenía buen físico. Otros chicos se fijaban en mí, salía con mis amigos de la universidad, etc.
El siguiente paso fueron las infidelidades medio ocultas. Y los insultos.
A veces provoca discusiones, me dejaba de hablar unos días y me hacía saber mal escondiendo a propósito que en ese tiempo había estado con otra. Si preguntaba si se liaba con otras los insultos de loca y celosa, de histérica, la ofensa que esto le producía era de volver a dejar de hablarme varios días más.
Eso sí, si algún chico me hablaba en los entrenamientos o salía con algún amigo menos conocido de la facultad en alguna foto... Ya había gresca. La que tonteaba con otros era yo.
Llegué a borrar a algún conocido de la red social que en aquel momento era Facebook para tranquilizarlo y que realmente viera en mí que no había interés en la otra persona.
Evidentemente, para este momento mi capacidad de ver la situación con perspectiva era bastante nula. Demasiado atrapada ya.
Pero no pasaba nada, porque si en unos días yo le escribía, era una pesada acosadora, pero si no lo hacía, me escribía él con otro humor más conciliador y de queja por no escribirle. Volvíamos a tener unos cuantos días buenos. Hasta la siguiente pelea sin sentido.
A día de hoy, con varios años más de sabiduría y madurez, pienso que cómo no cogí mis cosas y me marché. Hasta solo de contártelo me río de lo disparatado que me parece todo esto que viví.
Pero en ese momento, mi visión de la situación, de mí misma y de mi implicación y culpabilidad eran muy distintas.
Realmente estaba llena de dudas y me creía culpable. Pensaba de mí misma que era lo peor y que todo lo hacía mal, por mucho que mi fuero interior me hiciera gritar, no podía gritar porque eso era de loca y de histérica.
Por supuesto, también había exigencias en las relaciones sexuales. Recuerdo que un día justo según íbamos a empezar, me dio un ataque de ansiedad. No me apetecía, realmente no quería, no sentía nada desde hacía tiempo y sabía que lo haría mal y eso desembocaría en más problemas, más juicios, más acusaciones, más enfados, más decepción. Y por ende, más aplastamiento emocional para mí.
Y efectivamente, no poder tener relaciones sexuales era otro motivo de desprecio.
Como si yo ya no valiese para nada.
También vinieron otros insultos nuevos. Si me comía un dulce o le decía de ir a tomar algo, era una gorda o una zampabollos.
Bloqueos prolongados, luego desbloqueos y buenas palabras, luego otra vez problemas, chicas entre medias… Ya solo faltaba que nos escupiéramos a la cara o nos pegásemos.
Un círculo vicioso del que no se podía salir. Ni se podía arreglar, ni se podía salir.
Cada vez que intenté salir volvía de forma conciliadora, pareciendo que venía con otra mentalidad, prometiendo ese respeto y aprecio que no me tenía, y pareciendo que podíamos tener esa relación idílica. Volvía el buen chico del principio y como si todo lo que estábamos pasando juntos tuviera un significado.
Luego, a la que bajaba un poco la guardia, problemas de nuevo. La única manera de que se mantuviese alejado de mí era si me castigaba con su silencio. Por tanto, las cosas nunca pasaban cuando quería yo, sino cuando lo decidía él.
Empecé a ir a una psicóloga que fue quien me dijo que estaba en una relación de mal-trato.
Intenté hablar con él a raíz de lo que me había dicho la psicóloga, en plan, esto se nos va de las manos, tenemos que ponerle fin de alguna manera, estamos en una situación de mal trato.
Por supuesto, se ofendió mucho diciendo que le llamábamos maltratador, pero no puso disposición a ponerle fin.
Desapareció con otro de sus silencios culpabilizadores.
Pero se fue.
Me caí en el fango más profundo que he conocido a día de hoy y me quedé allí algo más de un año. Entre mis 24 y mis 25. Una edad preciosa tirada a la basura. Hablamos alguna vez por WhatsApp, pero poco. Realmente, no sabía nada de él.
Cuando empecé a despertar de mi caída al fango, me fui a otro país, ya con mis 26. Volvió a contactarme un par de veces preocupado por mi o por si necesitaba algo, preguntando cuando volvía a España, pero el tiempo de no saber de él me vino muy bien y, al otro lado del mundo, España queda muy lejos.
Hice amigos, salí con otro chico con un humor infinitamente más positivo y relajado, viajé y, sobre todo, pude desligarme de esta historia.
Fue en esta época de tanta duda y no comprender que estaba pasando, de estar tan fuera de control de mi propia vida que empecé a leer sobre psicología con el fin de poder entender algo.
A lo largo de estos años me ha cotilleado las redes varias veces. Siempre que identifico que es él le bloqueo, pero con el tiempo vuelve a tener otro Instagram y me bichea. Hace unos años me escribió por redes para quedar y ponernos al día, y hasta me lo encontré en mi calle. Cambié de acera. No teniendo muy claro si se había redimido le contesté y le dije que no. Me respondió de nuevo con culpabilización por lo que entendí que no se había redimido, sino que estaba solo y ninguna le hacía caso.
Al poco de volver a España, a veces creía que le veía de lejos y me ponía a temblar.
Sabía que si me lo cruzaba el daño emocional estaba asegurado.
La sensación que se me quedó en el cuerpo fue como de haber sufrido tortura emocional.
Me ha costado varios años poder procesar esta experiencia y comprender lo que allí ocurrió, incluso en alguna ocasión casi la repito, pero con suerte no fue más que un susto y algo que duró afortunadamente muy poco.
La moraleja de esta historia es que la gente mala no siempre va con su verdadera cara. La expresión de lobos con la piel de cordero existe porque es verdad.
Y muchas veces las mujeres no pueden escapar de la situación porque la psicología distorsionada juega un papel muy importante.
La manipulación es parte del maltrato.
Sibilina y ligera, que se cuela sin darte cuenta.
Lo cierto es que en el libro de la psicóloga Elizabeth Clapés “Tú no eres el problema”, que habla sobre el maltrato narcisista, comenta que hay veces que algo que ocurre no te cuadra con el papel que el personaje en cuestión se está marcando. Nos recuerda que no pasemos por alto esas señales.
Y, es cierto, hubo un par que no quise dar importancia y que debería haberlo hecho.
No eran señales evidentes de maltrato pero si eran comentarios sobre personas o situaciones que no cuadraban tanto con su papel de buen chico.
Lo que quiero que te lleves de este email es que desde fuera, es fácil juzgar porque las mujeres no se van.
La realidad es que yo tampoco lo hice.
Ahora, a toro pasado y con la información y sabiduría que ahora tengo de la experiencia, de sus costes y de las relaciones, yo también pienso “hay Adri, a la mínima tenías que haberte ido de ahí y, sin embargo, aguantaste muchísimo” y lo peor no es que aguantarse, es que yo misma luchase por mantener ese sistema creyendo que “los buenos momentos” volverían, que podía curar toda esa destrucción que yo creía que estaba sembrando a alguien a quien no quería hacer daño.
Ahora sé que “los buenos momentos” del principio eran el anzuelo y “los buenos momentos” alternos parte de la trampa.
Por tanto, ojalá Juana Rivas no hubiera vuelto con su marido varias veces habiendo denuncias de malos tratos. Pero lo hizo. Y honestamente, yo hubiera hecho lo mismo que ella de coger a mis niños y marcharme.
Por descontado, que yo tampoco denuncié nada. Ni se lo conté a mis amigas, ni a mis padres, ni a nadie.
Realmente, lo único que hice fue aislarme y encerrarme en mi misma.
¿Qué vas a contar si no puedes procesar ni comprender lo que ha pasado? Mucho menos tener claras las ideas en una cabeza llena de dudas y exceso de culpa.
No subestimemos el maltrato y demos por sentado que la víctima no va a regir bien mental ni emocionalmente.
No sé en qué quedará el caso de Juana Rivas; con el tiempo lo veremos.
Entiendo que un juicio puede ser complejo, pero te invito a, con lo que has aprendido hoy, juzgar menos a las víctimas, aunque no actúen de la forma coherente con la que tú lo harías, porque quizás bajo situaciones de manipulación constante y agresividad tú tampoco fueses muy coherente.
Lo mismo te digo con el caso de Elisa Mouliaá e Iñigo Errejón.
Todos hemos visto como menosprecian y humillan a esa chica en el juzgado.
Primero como lo hace el propio Errejón. La trata como una basura delante de todos.
Pero también el juez.
Creo que los jueces tienen que saber más de psicología y de cómo actúan las personas cuando hay una implicación emocional. Es fácil decir que tu hubieras hecho otra cosa cuando no tienes ninguna implicación emocional con la situación y no la estás viviendo. O cuando tienes una confianza en ti misma o mismo que la victima no tiene porqué tener en si misma en base a sus experiencias de vida.
Seguramente si mi experiencia de vida hubiera sido otra [contada en otros emails], cuando este chico empezó a manipularme lo hubiera podido detectar.
Pero no lo hice.
Si algo tengo claro de ese caso a día de hoy es que esa chica vivió algo que no la gustó, y que está pasando un bochorno de manual, y aguantando demasiadas humillaciones y faltas de respeto públicas. Y que si Errejón la hubiera tenido respeto demostraría el mismo respeto en el juzgado.
Cosa que no ha pasado.
Elisa, no será la primera persona ni la última que siga conviviendo de alguna manera con su acosador o maltratador. Esto no es algo que nos pase solo a las mujeres.
También a los hombres maltratados.
Quizás, en otra ocasión te contaré otra historia de cómo un chico convive con su padre que lo maltrató.
No, el tampoco se ha ido.
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